Pongamos que hay un lugar en el que finalizan los caminos de asfalto, y debe continuarse a pié, por senderos ascendentes desde las estribaciones de un monte mágiCo llamado "cueto", a través de verdosos parajes entre acogedores avellanos, florecidas urces gencianas o arándanos, y algo cegados por el llameante amarillo de escobas o piornos que inundan laderas, siempre al amparo generos de inmensos "bidulares" que exhiben orgullosos su condición de reserva de la biosfera. Pongamos que el camino aparece ... (ver texto completo)