Me alegra, querida Victoria, que te haya gustado esa mi reflexión sobre la libertad en un mundo que vive de espaldas a las pequeñas y grandes tragedias. Que el Tribunal de Estrasburgo haya tumbado la Ley Parot, me parece tan repugnante como a ti, bueno, creo que salvo a algunas formaciones de izquierdas como Izquierda Unida, partidos abertzales y otras hierbas, la cuestión le ha parecido nauseabunda a todo el mundo. Hoy es el Dia Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, y es por eso que quiero dedicar esta crítica a todas las mujeres que han padecido, padecen y padecerán la lacra brutal del terrorismo machista, un estímulo para el asco y la infinita tristeza.
SOLAS
El director lebrijano nos sitúa en la Sevilla de 1999, donde una mujer de pueblo (María Galiana) llega a la ciudad para acompañar a su marido en el hospital donde está ingresado con motivo de una intervención quirúrgica. En la ciudad vive su hija María (Ana Fernández) que abandonó el pueblo hace tiempo huyendo del pasado para malvivir en la gran urbe en permanente estado de frustración y nerviosismo. Madre e hija se ven forzadas a compartir piso y convivir durante varios días hasta que el padre se recupere. Poco a poco vamos conociendo a todos los personajes: la madre, una mujer abnegada, de una bondad infinita, atenta y rebosante de cariño; la hija, desilusionada, corroída por los trabajos precarios, el alcohol y un embarazo no deseado; el marido, un individuo machista y celoso, de un carácter agrio e insoportable; el vecino, un anciano solitario cuya única compañía es un perro y que entabla una verdadera amistad con la madre.
Solas es una película sensible y descarnada que, como bien indica su título, su principal soporte argumental es la soledad y la incomunicación. La soledad de unos personajes que naufragan y se ahogan –unas veces en alcohol, otras en lágrimas- en la realidad de su propia existencia. Madre e hija buscan un resquicio donde encontrarse y romper el muro de silencio que hace años les separa, atravesar la espesa niebla que les impide mirarse. Al compartir ese apartamento sin vistas, de ventanas tapiadas, donde la televisión es una carcasa vacía llena de lucecitas, a las dos mujeres les ha llegado la hora de de liberar sus sentimientos de la pesada condena, de borrar paisajes de una memoria desolada y crear espacios donde puedan entenderse.
La carga emocional aumenta en ese enclave de marginación, arrabal de miserias cotidianas, cuando cada personaje ha de tomar un nuevo aliento para enfrentarse al brutal dilema diario que les ha tocado vivir. María porque busca la ayuda y comprensión del tipo que la ha dejado embarazada, pero de ese animal sólo recibe amenazas y desprecio. La madre, con una vida de sacrificios a su espalda, al lado de un marido que la maltrata y del que tiene que seguir soportando insultos y humillaciones: hueles a macho, le dice el amargado marido desde la cama del hospital. Está también el vecino, un anciano viudo que a raíz de la amistad que entabla con la madre, y más tarde con la hija –a la que aconseja que no aborte porque quiere ser el abuelo de su hijo-, comienza a ver un destello de luz. Con Solas, Benito Zambrano realizó una gran ópera prima que se nos aparece como un juego de espejos demasiado común, al visionarla nos invade la sensación de verdad que tienen los dramas más universales. La congoja de la memoria sentida, la derrota y el deterioro por los intentos de escapar de las encerronas que nos tiene preparado el maldito destino.
Pero la cámara del director andaluz percibe, del mismo modo y con sorprendente habilidad, la fortaleza moral de los personajes que forman el triángulo interpretativo, que rozan la perfección por su franqueza y sencillez… Y aunque el final se nos antoja un tanto utópico, el simbólico crepúsculo que apaga el día al mismo tiempo que se apaga la vida de la madre sufriente -en un hermoso plano que capta su dulce sonrisa- nos indica que estamos ante todo un descubrimiento. Si toda la película es entendida como una hermosa loa a la maternidad, la atípica pareja que camina por el cementerio haciendo arrumacos al recién nacido, nos enseña que su mensaje último debe ser, más que ninguna otra cosa, un canto a la esperanza. ... (ver texto completo)
SOLAS
El director lebrijano nos sitúa en la Sevilla de 1999, donde una mujer de pueblo (María Galiana) llega a la ciudad para acompañar a su marido en el hospital donde está ingresado con motivo de una intervención quirúrgica. En la ciudad vive su hija María (Ana Fernández) que abandonó el pueblo hace tiempo huyendo del pasado para malvivir en la gran urbe en permanente estado de frustración y nerviosismo. Madre e hija se ven forzadas a compartir piso y convivir durante varios días hasta que el padre se recupere. Poco a poco vamos conociendo a todos los personajes: la madre, una mujer abnegada, de una bondad infinita, atenta y rebosante de cariño; la hija, desilusionada, corroída por los trabajos precarios, el alcohol y un embarazo no deseado; el marido, un individuo machista y celoso, de un carácter agrio e insoportable; el vecino, un anciano solitario cuya única compañía es un perro y que entabla una verdadera amistad con la madre.
Solas es una película sensible y descarnada que, como bien indica su título, su principal soporte argumental es la soledad y la incomunicación. La soledad de unos personajes que naufragan y se ahogan –unas veces en alcohol, otras en lágrimas- en la realidad de su propia existencia. Madre e hija buscan un resquicio donde encontrarse y romper el muro de silencio que hace años les separa, atravesar la espesa niebla que les impide mirarse. Al compartir ese apartamento sin vistas, de ventanas tapiadas, donde la televisión es una carcasa vacía llena de lucecitas, a las dos mujeres les ha llegado la hora de de liberar sus sentimientos de la pesada condena, de borrar paisajes de una memoria desolada y crear espacios donde puedan entenderse.
La carga emocional aumenta en ese enclave de marginación, arrabal de miserias cotidianas, cuando cada personaje ha de tomar un nuevo aliento para enfrentarse al brutal dilema diario que les ha tocado vivir. María porque busca la ayuda y comprensión del tipo que la ha dejado embarazada, pero de ese animal sólo recibe amenazas y desprecio. La madre, con una vida de sacrificios a su espalda, al lado de un marido que la maltrata y del que tiene que seguir soportando insultos y humillaciones: hueles a macho, le dice el amargado marido desde la cama del hospital. Está también el vecino, un anciano viudo que a raíz de la amistad que entabla con la madre, y más tarde con la hija –a la que aconseja que no aborte porque quiere ser el abuelo de su hijo-, comienza a ver un destello de luz. Con Solas, Benito Zambrano realizó una gran ópera prima que se nos aparece como un juego de espejos demasiado común, al visionarla nos invade la sensación de verdad que tienen los dramas más universales. La congoja de la memoria sentida, la derrota y el deterioro por los intentos de escapar de las encerronas que nos tiene preparado el maldito destino.
Pero la cámara del director andaluz percibe, del mismo modo y con sorprendente habilidad, la fortaleza moral de los personajes que forman el triángulo interpretativo, que rozan la perfección por su franqueza y sencillez… Y aunque el final se nos antoja un tanto utópico, el simbólico crepúsculo que apaga el día al mismo tiempo que se apaga la vida de la madre sufriente -en un hermoso plano que capta su dulce sonrisa- nos indica que estamos ante todo un descubrimiento. Si toda la película es entendida como una hermosa loa a la maternidad, la atípica pareja que camina por el cementerio haciendo arrumacos al recién nacido, nos enseña que su mensaje último debe ser, más que ninguna otra cosa, un canto a la esperanza. ... (ver texto completo)