Las razones por las que Román Ramírez fuera encausado son muy diversas, y casi todas ellas están relacionadas con delaciones casi rituales de las que se usaban en los manuales de inquisición (por ejemplo, en el más común de todos que es el de Nicolau Eymeric, que además había sido reeditado y glosado para el Vaticano por el canonista Francisco Peña, publicado en Roma en 1585, yluego en varias ocasiones): magia, curanderismo, pactos diabolicos, etc. Uno de los testimonios asegura que Román Ramírez de Deza, que, según él mismo, apenas sabía leer ni escribir, podía, sin embargo, recitar largos pasajes de libros de caballerías con el sólo apoyo de una hoja en blanco o de un libro vuelto del revés.
Cuando los inquisidores le preguntan cómo es posible que sea capaz de hacer esto y de tener tan asombrosa memoria, él contesta que no sabe, pero que quizá en su infancia, su abuelo, al que identifica como "cristiano nuevo", Juan de Luna, que era herbolario, le habría dado algo para tener esa memoria. Como señala Harvey, es interesante que Román lo atribuya a causas naturales, puesto que los testigos de la acusación están haciendo hincapié en causas sobrenaturales y pactos diabólicos. Le piden que lea un libro cualquiera, y, en efecto, lee torpemente el Examen de Ingenios para las Ciencias de Juan Huarte de San Juan. Dice haber estado en contacto con muchos libros, sobre todo títulos caballerescos, pero seguramente no como biblioteca formal. Los ha visto o escuchado.
Su memoria se proyecta sobre una hoja de papel en blanco. No lee nada en ella, sólo la usa para concentrarse. Llegado cierto momento, los inquisidores le piden que haga una demostración recitando unos pasajes del Olivante de Laura, novela de Torquemada; Román Ramírez, en ese momento, se ve, como señala L. P. Harvey, en un dilema: si recita, confiesa, y si no recita, hace ver que sólo puede hacerlo con la ayuda diabólica que no puede entrar en la santa sala. Así pues, explica lo que en realidad sucede: dice que se sintió fascinado por escuchar una y otra vez la obra de Beatriz Bernal Cristalián de España, y que comprendió que todos los libros de caballerías obedecían a una retórica estable y previsible, así que en realidad lo que él hacía no era más que inventarse capítulos y aventuras, pero atribuyéndoles nombres, lugares y referencias procedentes de algunos libros que conocía un poco. Así, la mayor parte de quienes le escuchaban (que, obviamente, no lo verificaban con el original) consideraban que, en efecto, era capaz de recitarlo puntualmente.
El caso de este morisco tuvo cierta popularidad. El mismo año de 1600 el poeta mejicano Juan Ruiz de Alarcón se trasladaba a España, y pocos años después, antes de 1605, publicada su comedia Quien mal anda en mal acaba, cuyo protagonista es Ramírez. El mismo caso era también narrado con detalles fabulosos por el clérigo Martín del Río en sus Disquisitionum Magicarum, publicadas en 1608.
Román Ramirez de Deza ganaba una parte importante de su vida con su fama de memorioso y con sus habilidades de narrador. Contar historias era, en el siglo XVI y hasta el XIX una actividad razonablemente bien remunerada y que tenía un cierto impacto social y cultural en todas las capas sociales. A veces, las consecuencias podían ser terribles, como en este caso, o como en el pleito levantado contra el coplero ciego Mateo Brizuela, que también ganaba su vida cantando historias, contándolas y vendiendo los pliego sueltos en que se contenían. Este pleito ha sido recientemente estudiado por Pedro Cátedra en un libro necesario (Invención, difusión y recepción de la literatura popular impresa (Siglo XVI), Mérida, 2002). Es interesante que el caso levantado por la difusión de las coplas de Mateo Brizuela tuviera que ver también con un caso de magia demoníaca y de pactos con el diablo, como aquel del que se le acusaba a Román Ramírez.
Un abrazo.
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