PREJUICIOS.
No hay que confundir la velocidad con el tocino, ni las vitaminas con las vietnamitas como suele suceder por algunos lares y en algunas personas. Esto se debe en bastantes ocasiones a mentalidades que están afectadas e invadidas de prejuicios (= juicios emitidos sin conocimiento de causa).
La vida no se sabe, se aprende... continuamente. En todo caso, como decía Segismundo (La vida es sueño, Calderón), es un sueño. Ese sueño, aspiración, objetivo, meta, poder ser o ejercer, es un proyecto a concretar. La vida, se suele decir en roman paladino, nos enseña. Muchas veces cuando sufrimos engaños o desengaños, exclamamos ¡ay, si la vida se viviera dos veces!. Cometeríamos, si no los mismos, otros errores, pero los cometeríamos. El ser humano por ser perfectible (= en proceso continuado de perfección) está expuesto a fallos en dicho proceso, contratiempos, errores, traumas, caídas, levantamientos, lucha, superación, inconformismo..., eso es la vida, o algo parecido. Yo siempre tengo un colaborador infalible, Jesucristo. No es exclusivo.
Hasta los 16 años, porque mis padres eran humildes, no pudiendo darme estudios porque no había recursos en casa, dediqué mi vida a lo que me imponía (en el buen sentido) mi padre. Como en toda casa de vecino, por lo general. Fui vaquero, también pastor, saqué muchas cuadras de vacas, segué mucha alfalfa, padecí fríos y calores, dormí en el campo, también en cuadras... para beneficiarme del calorcillo de los animales, el descanso dominical o festivo me fue extraño, fumé cigarrillos liados, hechos con paja y pámpanos triturados, mi madre algún domingo me daba un patacón, a lo máximo dos patacones y medio, que invertíamos en pitos, garbanzos y habas tostadas, que vendían en puestos en la plaza del pueblo la tía Cupida, la tía Pirulina o el tío Eloy. Era el capital del que disponía y, no todas las semanas. Ah, algún sábado por la tarde, mi madre solía darme una onza de chocolate Pérez, de aquel más áspero que el asperón, sólo una, que con fruición ingeríamos con abundante pan moreno, de aquel tan bueno y rico que se hacía entonces en los hornos del pueblo. Lo frecuente era una orilla de pan, que extrayéndole parte de la miga, luego se le añadía aceite, ¡qué bueno estaba!. Ensaladilla de patatas, encebollados, torreznillos de cuatro o más pisos de tocino, nabos cocidos, qué mal olor daban los jodíos, moje de harina de pitos, también gachas, el socorrido guisao..., ah, la tortilla española era un lujo, así como el pollo con arroz. La carne que se comía procedía de la matanza del cerdo que se criaba en casa en una zahúrda... si no salía con triquina, que entonces eran bastante frecuente.
Los Reyes Magos, si les poníamos paja a los camellos y agua para que comiesen y bebiesen, y si nos habíamos portado bien durante el año, nos solían echar algún regalillo, una latilla de sardinas con dos clavos como ejes y cuatro ruedas de goma de aquellas alpargatas de lona que entonces eran tan frecuentes, por baratas, también nos echaban uno o dos chorizos de matanza, una y poco más figuritas de mazapán, una onza de chocolate del ya citado, un catón si el que teníamos estaba que daba pena y... nada más. No conocí la escuela hasta los 12 – 13 años (Don Pedro Cerro, Don Francisco Ruiz Daimiel, fueron mis maestros, a los que adoraba), anteriormente había ido de pequeñito a la escuela de la Maestra Sabina, donde las chinches nos acribillaban los glúteos a picotazos. Allí había una parra de uvas de teta de vaca, ¡qué hermosas, qué tentación!... pero cualquiera se atrevía a coger ni siquiera una!. Llevábamos el catón, luego la enciclopedia, junto con el lápiz y la libreta en el cartapacio. Además de admiración y devoción, a los maestros les teníamos respeto.
No supe lo que era un baile, pues entonces no había ni discotecas ni pubs... ni botellones, hasta bien entrados los veinte años. No conocí a chicas hasta esa edad. Alguna vez, algún sábado por la noche, nuestro padre o madre nos daba algún dinerillo para ir al cine de los Benitos para ver una película del Oeste, al gallinero por cierto. ¡Qué ricas estaban aquellas gasiosillas que vendían, tan dulces, que podías comprar en el descanso de la película, si te había quedado algún restillo del presupuesto.
Cuando hubo algún dinerillo en casa, producto del ahorro y muchos sacrificios de mis padres, me pusieron a estudiar, primero con Ramón Anacleto, por la noche, pues por el día había que trabajar con los animales. Luego con Don Francisco, donde íbamos a la escuela o a su casa, antes o después de las clases, para que nos enseñara e, hice el bachillerato elemental con reválida. Después el bachillerato superior con reválida y por último estudié una carrera universitaria. Aunque había que meterse los libros en la cabeza, este sacrificio lo consideraba más suave que el trabajo de campo y los animales. Me dediqué al estudio con trabajo, esfuerzo y sacrificio. He vivido y vivo de mis estudios. Ya ejerciendo mi profesión nunca dejé de estudiar, hice cinco másteres, dos oficiales y tres universitarios, en Psicología, Antropología, Teología, Filosofía y Química Orgánica. Aún sigo estudiando. ¿Prepotencia?..., yo lo llamaría trabajo, esfuerzo y sacrificio, y muchas privaciones.
Como todo hijo de vecino compré mi piso con una hipoteca, que me costó sudores poder pagar. Ah, me casé con una mujer extraordinaria y, cuando le dije delante de Dios que sí, sabía y era consciente que sería para toda la vida. Llevamos muchos años casados y cada día la quiero más. Valoro la determinación, el esfuerzo y el sacrifico, el trabajo bien hecho, el respeto, no soy amigo de alabanzas hacia mi persona, trato humildemente de dar buenos ejemplos, no consejos sino sugerencias, considero más importante saber escuchar que hablar, los amigos entiendo que son escasos pero auténticos, huyo de la parafernalia, me repele el protagonismo, soy amante de la interioridad, el dinero lo considero un medio y no un fin...
Y... aún sigo sin saber qué es la vida, de la cual sigo aprendiendo.
Afectuosamente,
Alter ego.
19.10.08
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