-En una entrevista que le hicimos, Arturo Fernández nos dijo hace poco que para él la izquierda y la derecha existieron con sus padres, pero ya no existen. ¿Está de acuerdo?
-Coincido absolutamente en ello. Esos términos han quedado pasados, la izquierda hace cosas que serían terreno de la derecha y la derecha hace cosas que son de la izquierda. La sociedad hoy día tiene otros retos, que no se puden englobar dentro de estos términos. Hay gente que es partidaria de no tocar nada, que existan unos determinados privilegios, y hay gente que trata de dinamitar ese sentido inmovilista de los privilegios. Hoy en día estamos sujetos a unas cuestiones que ya no son ideológicas, sino económicas, muchas de ellas están fomentadas por la Unión Europea. Eso confiere al mundo de la política unas dimensiones distintas, y términos que habían sido muy claros en este momento son equívocos. Habría que buscar otros.
- ¿Ciutadans responde a lo que perseguíais en su origen?
-A mí me ha sorprendido el éxito de Ciutadans, tengo que decirlo con claridad. Fue una iniciativa desesperada, casi, ante la actitud que habían tomado el PP y los socialistas en Cataluña. Todo el mundo se pasaba con los bártulos al mundo nacionalista, unos por acción y otros por omisión. El éxito de Ciutadans me sorprendió porque vi que había un remanente de gente que se resistía a ser adoctrinados en el nacionalismo, y ahora se ha convertido en un partido importante. Estoy muy orgulloso de haber hecho la parte que pude hacer de este asunto. En aquel momento se me pedía colocarme en el Parlamento, cosa que hubiera destrozado mi vida artística. Desde el punto de vista cívico era un sacrificio, pero para mi vida artística hubiera sido un desastre.
-Está al frente de la programación de los Teatros del Canal por quinto año consecutivo. ¿Este lugar es el último reducto del teatro, o un ejemplo de que el teatro puede sobrevivir a los contratiempos?
-Este teatro tiene un respeto singular que no tiene ningún teatro público en Europa, que es un teatro que no está hecho a gusto del director. Cuando se contrata a un director de teatro en Europa es para que haga lo que le guste a él. Yo aquí he hecho un teatro a gusto de los contribuyentes, que son los que pagan, y tienen gustos más variados. En lo que he intervenido de forma muy exigente es en los productos, que sean con mucha calidad, pero no limitarse a un tipo de producto: desde comedia ligera a piezas vanguardistas, danza, clásica... Lo más singular de estos teatros es que han contaminado a los públicos. Esto es, el público que viene a ver una comedia ligera, se acostumbra a venir a este teatro y es capaz de probar en otra cosa. Quedará como una huella, aunque me marche mañana.
-El protagonista de este montaje, Arturo Fernández, se mostró en Gaceta. es contrario a las subvenciones. ¿Cuál es su postura?
-Es evidente que no se podría hacer ópera sin un determinado nivel de ayuda pública, sólo una orquesta y un coro es imposible pagar con la taquilla. Pero soy partidario de que cada día más el precio que pague el espectador se acerque al precio real, que la administración intervenga lo menos posible. Hay cosas patrimoniales en las que tiene la obligación, como el teatro juvenil o infantil, que forma parte de la educación, y en determinadas cosas musicales o clásicas. Pero soy partidario de que todo lo que pague el espectador significará la libertad por parte de los artistas.
- ¿Cuál es el mayor enemigo de la cultura?
-La demagogia, el poder de los Estados promociona todo lo público para su propio aprovechamiento, como vitrina de su hacer. Creo que es lo peor de todo. Los intereses partidistas de los Estados son el gran enemigo de la cultura.
-En este montaje he escuchado una frase llamativa: “No te interesa el teatro, a ti te interesa hacer terapia a costa del público”. ¿Coincide con esta afirmación?
-Coincide, sí. Yo he tratado de no hacer terapia a costa del público, sino catalizar las neuras del público. Acuso a mucha gente que sólo les interesa enseñar sus propias tripas al público y con eso están contentos. Lo personal es muy limitado y acaba por aburrir. Una persona sola aburre muchísimo contando sus cosas. Diez minutos sí, pero no más."
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