Cecilia observaba el ritual cotidiano que ejecutaba su papá; él hablaba con los pájaros, soplaba y recargaba el recipiente del alpiste, lavaba el piso de la jaula y reponía el
agua.
A los 6 años, los pajaritos que criaba su padre le resultaban sumamente cariñosos y ella siempre metía su manito en la jaula para acariciarlos, hasta que en una oportunidad dejó una pequeña jaula abierta y el cabecita negra se escapó. A pesar de las explicaciones que su padre le dio, en Cecilia la pregunta no se contestaba:
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