En la pobre economía de subsistencia de los años cincuenta y sesenta,
el COCHINO era un
trofeo para los ahuecados estómagos y las desamparadas
DISPENSAS de aquella época.
En los fríos Enero y Febrero, preferidos para el MATADO, los chillidos de
los sacrificados disputaban la madrugada al canto de los gallos.
Recuerdo la víspera de la
matanza como un día de inquietud; acercándome
a la pocilga para contemplar, apenado, al pobre
cerdo que tenía las horas
contadas. Mi desasosiego no terminaba
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