ENVIDIA
Es lugar común de nuestro imaginario nacional que el pecado más español de todos es la envidia, de cuya influencia debo confesarles que, personalmente ¡pobre de mí! siempre me he considerado exento.
Hasta el día 21 de enero de este año, en que debo reconocerles que en efecto soy un envidioso, y además de los peores envidiosos del mundo, porque mi pecado no queda ahí, sino que, revestido de la forma más española y denigrante de tan nefando pecado, me alcanza hasta el deseo de arrebatar al otro lo que le envidio, y en esta triste circunstancia me encuentro: soy un maldito envidioso.
Envidio en primer lugar que haya un país cuyo líder dedica, nada menos que en la noche anterior a su toma de posesión del cargo de presidente de la nación, una cena/homenaje a su contrincante político, al perdedor de las elecciones que él ha ganado, y lejos de demonizarle y denigrarle lo presenta como un héroe nacional. Quizá la clave está en que le considera su contrincante, pero nunca su enemigo.
Envidio también que un país tenga un presidente que, lejos de tratar de borrar toda huella de su antecesor en el cargo –aunque no esté de acuerdo con sus hechos- y de deshacer y derogar gran parte de los proyectos y normas puestos en marcha, se apoye y mantenga lo ya hecho como base de lo por hacer. Cosa que envidio porque las naciones han de dirigirse hacia adelante, y no se anda deshaciendo el camino previamente andado, aunque no guste, sino que se utiliza como plataforma y base para marcar el nuevo sendero. Gobernar no es deshacer, sino construir.
Envidio, porque no puedo no hacerlo, que por su parte el candidato perdedor reconozca que el ganador es su presidente, porque lo es de todos los ciudadanos, y envidio que el ganador sea y se considere presidente de todos y para todos, porque todos son iguales y no hay algunos más “iguales” que otros por ser más cercanos personal, familiar o ideológicamente. Se ha de gobernar para todos, nunca más para unos que para otros.
Envidio igualmente que haya un país en el que asistan a la toma de posesión del presidente más de dos millones de personas en directo –ni quiero ni necesito imaginar cuántos más lo han seguido por televisión, Internet o lo que fuere- y que estos individuos se hayan sentido orgullosos de su país, de su bandera y de sus rituales, desde cantar el himno nacional hasta jurar sobre una Biblia, y ello con independencia de si su pensamiento es agnóstico, católico, evangelista, luterano, metodista, calvinista, episcopaliano, o budista, sintoísta, jainita, animista, hinduista, chiita, sunnita o sufí… porque lo importante en el acto es el símbolo por el cual el presidente se compromete ante todos a ser honesto, a no mentir ni engañar a la nación… Y si él miente la sociedad, comenzando por sus propios correligionarios, reacciona con un proceso de impeachement –recuerden a un tal Nixon- en lugar de reírle la gracia y jalearle la mentira, como se hace por otros lares desgraciadamente mucho más cercanos.
Envidio, hasta el llanto, que un presidente en su toma de posesión recuerde a la nación que nada se consigue sin esfuerzo, que por todo hay que luchar, que nada nos viene dado porque sí, que los premios hay que merecerlos; pero también que el trabajo de todos facilita y hace posible el beneficio común.
Envidio necesariamente que un presidente pronuncie la palabra Responsabilidad, término que no se estila utilizar en otros lugares. Que así recuerde a los asistentes que todos ellos tienen obligaciones y no sólo derechos, porque mis derechos sólo existen porque otros tienen obligaciones, y mis obligaciones existen para que otros puedan tener derechos; porque la vida y las relaciones sociales y económicas se debe mirar como un cilindro, con dos aberturas idénticas, y no como un embudo con la parte ancha de mi lado y la estrecha para los demás.
Todo eso envidio y todo lo quisiera trasplantar… Pero se debe tener en cuenta el terreno receptor del trasplante, y no tengo todas conmigo de que en otras sociedades más cercanas se valore todo lo dicho, quizá prefieran la chirigota al trabajo serio, el escarnio del contrario, la subvención al propio a costa de esquilmar al ajeno, la mentira sistemática, la ridiculización y la denigración de lo que debiera unirles y la simultánea sacralización de lo que sólo les puede separar.
Me muero de envidia.
Daniel Prades Cutillas
Lic. en Derecho e Historia
DEA en Administración de Empresas
Abogado
Profesor de Derecho y Administración de Empresas UP Comillas - ICADE
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