La última vez que hablamos era
verano y ella estaba sentada a la entrada de su
casa, contándome el malestar que le provocaban las heridas, pero no estaba hundida, parecía que tenía poca cosa, que no era importante.
Otra en su lugar estaría llorando y quejándose de su suerte y ella estaba allí con los pies destrozados y hablaba y sonreía como si tuviese una rozadura de un zapato.
Sentí gran admiración por ella entonces.
Su imagen con sus grandes ojos azules y las cejas oscuras, su boca menuda,
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