¡Con cuánta lentitud el tiempo pasa
lejos de aquel lugar donde nacimos,
de allí donde lloramos y reímos,
de allí donde tenemos nuestra casa!
Lejos de aquel lugar donde respiran
los seres que en el mundo más amamos.
Aquellos que, si ausentes suspiramos,
por instinto, tal vez, también suspiran.
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Toda vestida de sombrío luto,
la ausencia me persigue por doquiera,
y con su tarda voz me desespera
contándome minuto por minuto.
Tenaz, aun entre sueños, al oído,
con frases de ironía mofadoras,
me va contando las eternas horas,
de mi lado apartando al dulce olvido.
Se hace en mí, de dolor y de consuelo,
al pensar en vosotras, fusión vaga,
y a mi alma, en lucha tal, punza y halaga
mezclada sensación de infierno y cielo.
Pedid a Dios que, compasivo, un día
me vuelva mis domésticos placeres,
y hablar de cerca a mis queridos seres
de nuevo pueda, como hablar solía.
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