Con los temas del alma hay que hilar muy fino, y la soledad es un tema más del alma que del corazón o lo que es lo mismo es un tema más de emociones que de sentidos. A veces es tan frágil el muro que separa la soledad deseada de la soledad obligada que resulta prácticamente imposible distinguirlas. Coinciden en que las dos nacen de una ruptura. Cuando rompemos con nuestro mundo interior sucumbimos ante una soledad impuesta por nuestro propio yo. Cuando la ruptura o el alejamiento es con el mundo exterior entoces la soledad nos la pueden imponer o simplemente es una consecuencia. Y es en este caso en el que hay dos actores en juego y por lo tanto dos posibilidades de cambiar esa soledad por un acercamiento, incluso convertirla en una complicidad. Pero el esfuerzo lo deben hacer los dos actores, porque si uno de ellos se acerca al mismo ritmo que el otro se aleja, nunca se produce un encuentro. Y a veces lo que creemos que es un acercamiento por nuestra parte en realidad lo único que hace es alejarnos cada día un poco más del otro lado. Como humanos que somos, caemos en la tentación de creer, o estar seguros, de que quien se aleja siempre es el otro y que cada vez ensancha más nuestra soledad. Pero si miramos hacia nuestro interior igual descubrimos que somos nosotros los que no acertamos a encontrar el camino que nos acerque en lugar de llevarnos cada vez más lejos. También puede suceder que nos hayamos agotado en el esfuerzo y ya no demos un paso más, en ninguna dirección. O incluso que no hayamos calibrado acertadamente la vehemencia de unos actos que pueden provocar reacciones que no nos esperamos, o que creemos no merecer. O también al revés, que no hay forma de superar ese muro intangible porque otros se encargan de convertirlo en una barrea de hormigón armado, por el que no pasan ni los deseos. Siempre, en mi opinión, la soledad exige paciencia y nunca resignación. Todo es posible de mejorar si lo intentamos. Para ir peor hay mucho tiempo.
... (ver texto completo)