Se llamaba Feliciana Moraga García, y se vino de adolescente a servir a Madrid. Llenó de amor mi infancia. No le hacía falta saber leer ni escribir: su inteligencia, su bravura para sobreponerse a los desastres de la guerra incivil, lo suplian con creces. Me hablaba de "su pueblo", al que creo que ya no quiso volver. Ese curioso poste, "del tiempo de los moros", me decía. Recordaba las estupendas setas de cardo que, tras días de lluvia, se echaban en "el mandil". Tengo que volver a Fuentenovilla, ... (ver texto completo)