Continuación del anterior
.- Padre, - intervino el hijo mayor - por la Hoya Seca hay mucha leña por cortar, y si quiusté, mañana me voy allí con el ganao, me llevo el pico y el hacha y dejo cortá dos cargas, y si nos vemos allí por la tarde la cargamos entre los dos. ¿Que le paice?
.- Me paice bien. Mañana voy arar el piazo que tenemos en los Manantiales, que cae cerca, llevo las albardas y las sogas, y cuando caiga el sol me acerco a la Hoya Seca y cargamos. Lo que no me gusta es que tendré que dejar los aparejos, el timón y la vertedera escondíos, pa ir arar pasó mañana. To poéser que los roben... y salga más caro el collar quelgalgo.
.-! Odo padre! tamién sería mala suerte - comentó el hijo.
Así transcurría la cena cada noche en casa de Ramiro, cucharada tras cucharada, y pasándose la bota de vino los unos a los otros, mientras el pequeño veía pasar la bota por delante... queriendo hacerse mayor. Las peticiones de comida del perro en forma de suaves gruñidos, eran satisfechas con trozos de pan que diestramente cogía al vuelo.
Cuando terminaron de cenar, las mujeres quitaron la mesa y fregaron los cacharros y cubiertos, mientras los hombres fueron a la cuadra a echarles a las mulas un pienso, y a aliviar su vejiga. Las mujeres lo harían después.
Luego charlaron un rato, a la vez que escuchaban en la radio las noticias agrarias que daba Radio Nacional de España, terminadas las cuales, echaron el tranco a la puerta y se fueron a la cama, pues al día siguiente todos madrugaban.
Ya acostados, la mujer comenta a Ramiro:
.- Están guapos los chicos eh... - y continuó si dejarle contestar - ¿sabes quel chico anda detrás de la hija de Vicente el herrero? Y por la chica anda embelesao el hijo del Candiles, quel chico vale, pero a mí es que esa familia no me hace tilín. ¿A ti que te paice?
Ramiro piensa un rato y contesta:
.- Por mí, el chico que haga lo que quiera, pero la chica no tié edá pa'moríos entoavía.
.- Y además - continuó la mujer - quié irse a servir a Madrid. Se escribe con la hija del herrero, y le ha dicho que se vaya, que le busca una casa buena.
A Ramiro no le gustaba lo que oía, y le dijo a su mujer que se durmiera, que ya tratarían el asunto.
Al día siguiente cuando se levantaron, el hijo mayor ya se había ido a casa del amo a desayunar y después llevarse al campo el ganado. La madre ya tenía puesta la sartén con las gachas encima de unas trébedes en el centro de la cocina, y unas cabezas de ajo asadas entre la ceniza de la lumbre, y en un plato, las tajadas fritas del tocino empleado para hacer las gachas.
En las alforjas de su marido ya estaba en la merendera la comida de ese día que consistía en jerigota y tres tajadas de lomo de orza. Como postre le había puesto para sorprenderle, un poco de arrope.
Mojaron todos de la sartén, y al terminar cada uno a sus tareas.
La chica a casa del Secretario donde servía, el chico pequeño, después de ayudar a su padre a aparejar las mulas, a la escuela, y la madre a cocer la comida del cerdo. Calabaza y patacas que una vez cocidas en un caldero, que colgaba de las llares en el fuego, echaría en un tornajo de madera y añadía salvado de trigo, triturando y mezclando todo junto con un palo de madera, hecho lo cual, dejaría salir al gorrino de la corte para que comiera. Estaba gordo, y al mes siguiente en la matanza, pesaría de dieciocho a veinte arrobas.
Mientras el cerdo comía, Ella aprovechaba para cambiarle la paja donde dormía, sucia por los excrementos y la orina, y echarle otra paja limpia. La paja, convertida en estiércol se echaba en un muladar para llevarla como abono al campo.
Dejó abierto el argallón para que las gallinas salieran a escarbar al muladar, cogió un cesto de mimbre con ropa sucia, y se fue al lavadero del pueblo a lavar…
Ramiro ese día, aparejó a sus mulas además de con el yugo y la vertedera, con albardas, y se dirigió a los Manantiales a seguir arando un día más…
La casa además del portal, el cernedor y la cocina, disponía de tres habitaciones, dos de ellas con una cama, un armario de madera con espejos en sus puertas, donde se guardaban la ropa de vestir, sábanas y mantas, y encima las maletas de madera o cartón duro, un perchero de pared y una silla. En ellas dormían el matrimonio en una, y la chica con el pequeño en otra.
En la otra habitación dormía el hijo mayor, y disponía de cama, perchero, una silla y un baúl en el que guardaba su ropa de los domingos.
El portal era la primera pieza de la casa. En el mismo, detrás de la puerta había una palangana sobre un palanganero de hierro, y a una altura precisa, un espejo pegado con yeso a la pared y con una repisa debajo en la que había una jabonera y un peine. Había una percha para dejar colgadas las alforjas, la chaqueta de pana y la boina del hombre de la casa, o el sombrero de paja de la mujer, una botijera colgada de la pared y dos sillas de anea. Una puerta que daba a la cocina, otra que daba a una escalera, por la que se subía a la cámara que ocupaba toda la superficie de la casa, y en la que se guardaba el grano de la cosecha, trigo, cebada, centeno y avena, además de las ollas de barro con la matanza en adobo, los perniles colgados de las vigas de madera, sogas y soguillos, sacos y costales, ajos, cebollas, melones, y cualquier fruto u hortaliza que produjera el huerto o el campo. Allí, encima del grano encima de una manta, se echaba Ramiro la siesta en tiempos de trilla.
Otra puerta, ésta con una cortina, era la entrada al cernedor, que además era la pieza más fresca de la casa. Allí se guardaba una tinaja mediana de vino, vasijas con aceite, patatas, cebollas, pepinos y cántaros con agua en una cantarera de madera. También había una artesa grande de madera en la que se amasaba la masa del pan, y de mantecados, o rollos de aceite, o tortas de manteca y chicharrones, etc, y en la que se guardaban las hogazas una vez cocidas, tapadas con una manta gruesa.
El hijo mayor de Ramiro dirigió ese día el ganado durante la mañana por distintos pastos, y después de comer, recaló en la Hoya Seca. Las ovejas a esa hora andaban murrias así que ayudado por su perro las agrupó, y cogiendo el pico y el hacha se puso a picar la tierra para descubrir raíces de enebro, hasta tener cortada una buena carga.
Después, con el hacha fue cortando ramas de carrasca y formó una carga de chasca, hecho lo cual, se sentó a descansar y esperó a su padre, echando un vistazo a las ovejas.
Ramiro dejó de arar un poco antes de ponerse el sol, y guardó la vertedera, yugo y arreos bajo una capa de broza y ramas de carrasca en una hondonada. Le puso las albardas a las mulas, y se dirigió al encuentro con su hijo hablándoles:
.- ¡Vamos hermosonas, que hoy se v`hacer el día un poco largo, pero tie que ser así…!
No tardó mucho en llegar, pero el sol se había ido ya, así que sin perder tiempo cargaron la leña en las mulas y salieron para el pueblo. El con las mulas cargadas por los caminos, y su hijo con el ganado por rochos y veredas…
No llevaba Ramiro andado aún ni medio camino cuando escuchó:
.- ¡Alto, deténgase!
Ramiro se detuvo de inmediato al ver delante de Él una pareja de la Guardia Civil, que montada en sus impresionantes caballos, había salido de un recodo del camino y le cortaban el paso. De inmediato se quitó la boina y saludó:
.- Buenas tardes.
.- ¿De dónde trae esa leña? –preguntó uno de los guardias sin contestar al saludo.
.- Del lindero del monte del pueblo con…
.- ¿Es que no sabe que está prohibido?
.- Sí señor, pero es que…
.- ¡Ni peros ni esques ni historias! – Cortó el guardia alzando la voz – Llévela al Cuartel.
Ramiro sabía por experiencia que esa orden tenía que cumplirla, y no rechistó. Se Puso la boina y continuó la marcha despidiéndose con un: con Dios señores.
Amigos que leéis esto, así era el vivir cotidiano de cualquier familia humilde de nuestros pueblos. Los hombres, trabajar en los campos, y en la conservación y mantenimiento de sus casas, sus aperos y sus animales, y las mujeres en las múltiples tareas de las casas, con los animales, gorrino, conejos, gallinas, hijos... y también con frecuencia en los campos. El mayor capital que tenían: los hijos, la salud y su fuerza física.
Muchas generaciones vivieron dentro de esas casas que hoy se derrumban por el paso del tiempo, o son derribadas, cuyas puertas de madera son las últimas en caer. Es como si se resistieran a terminar con el testimonio de las vidas familiares que se vivieron detrás de ellas.
Una puerta, una familia y varias vidas detrás, con sus penas y sus alegrías, sus problemas y sus ilusiones. Se nacía, vivía, y se moría detrás de esas puertas.
Amigos, cuando paséis por delante de una de esas puertas, mirarla con respeto y con una sonrisa. Son, además de puertas viejas, símbolos de un pasado no tan lejano, y quizás muchos de vosotros os criásteis detrás de una.
Con afecto: Manuel.
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