Mensajes de TURON (Asturias) enviados por José Mel Z..L.:
- ¿Y hacía milagros la tal Menedora?
-... ella no consta en el santoral porque hasta Roma no llegó noticia de su santidad, y es que la pobre no fue papa ni obispo ni anacoreta ni siquiera virgen, pues tuvo todos los hijos que Dios le dio, ni mártir, aunque vivió casada con un martirio a quien le supuraba inmundicia, día y noche, las llagas de una horrible gangrena húmeda.
- Que enm paz descansen los dos.
-En esto de los santos también hay condiciones y rangos, mira lo que le ocurrio a nuestra Santa Menedora, la bisabuela de Lazaro Alonso...
-Si. Tambien es San Osmundo, obispo, y Santa Bárbara, virgen, y un monton de santos más.
El dia cuatro de diciembre es San Juan Damasceno, el santo del hijo de Úrsula.
-Dios te salve María, llena eres de gracia...
Las octogenarias María Felicita y Blandina San Juan siempre recitaban misterios dolorosos. Cuamdo les parecía cortaban el avemaría en un bendito-sea-tu-vientre para comentar algún pensamiento y luego seguían, perdida ya la cuenta, allá por el ahora-y-en-la-hora con murmullos apretados, como los fúnebres cantos de las pegas.
Las ancianas mujeres, mucho más numerosas (debe de ser el género femenino de mejor aguante y naturaleza), no gozaban de la misma suerte que sus contemporáneos y, mal que bien (que al diablo y a la mujer nunca les falta que hacer), iban desgranando el maíz de las panoyas o meciendo despacio la lechera (poco a poco llegaremos antes) hasta formar la cuajada para el queso o repasando bombachos o rezando rosarios (que también debía de ser tarea de provecho, aunque no lo pareciera), como estaban haciendo ... (ver texto completo)
Cuando calentaba el sol, los más viejos del pueblo subían, arrastrando sus pies, hasta la atalaya de las fuentes y allí, sobre las rocas calientes, ponían sus huesos a secar al sol. Mientras sus reumas se reblandecían murmuraban, cual chicharras sedientas, sartales de recuerdos que como fúnebres letanías atacaban el espacio, sobre el rumor de los manantiales, poniéndolo todo perdido de reproches.
Ya se iba el brillo de la tarde, fugaz como un golpe de viento.
La Higuerona se estaba llenando de raitanes, escribanas, alandrinas, gorriones y papamoscas.
Todos escuchaban atentos los cantarines versos de Julita Odalisca.
-A cazar va el rey don Pedro,
a cazar como solía;
le diera el mal de la muerte,
para casa se volvia;
a la entrada de la puerta
vio un pastor que le decia:
Albricias, señor don Pedro,
que darmelas bien podia;
que doña Alda estaba de parto y
un niño varón tenia. ... (ver texto completo)
-Pues anda, dínosla.
-Tambien sé alguna poesía.
-Habría sido mejor que te hubieran enseñado alguna poesía.
-A mi me lo enseñó mi madre. A ella el abuelo Fidel, antes de que enloqueciera, y al abuelo un fraile dominico, en los descansos de la guerra de Cuba. Al principio eran sólo cincuenta, pero fueron aumentando con el paso del tiempo.
A Julita, más que los besos, le gustaba que Felipe, el nieto de Telmo Pascual, le acarciara los pliegues de los jarretes. Cuando a Felipe Pascual se le iba la mano hacia rincones más cálidos Julita comenzaba a gritar la letanía de insultos y ya no paraba hasta completar los setenta y cinco. Lo hacía seguido, casi sin respirar. Tardaba treinta y cinco segundos, comprobado por Irmina Alonso con el reloj de su hermano Efrén.
En los ojos de Julita Odalisca brillaba una extraña oscuridad, aun cuando estuviera atardeciendo.
Julita Odalisca sabía cómo insultar de setenta y cinco maneras diferentes (bambarria, zarramplín, ganso, mentecato, chunchumeco, zascandil, mamayo, tolón, simplicio, sansirolé, tarabilla, soplagaitas, babieca, verraco, alarico, garañón y cincuenta y nueve más).
En los ojos de Julita Odalisca brillaba una extraña oscuridad, aun cuando estuviera atardeciendo.
Arcadio llegaba con las peras sudoroso y congestionado (la petrina de Tomas se hacia respetar) y Aida, pizpireta y sugerente, besaba y se dejaba besar. Aida y Arcadio sentián entonces cómo la sangre se les alborotaba y les subia hasta la garganta y cómo a sus mejillas les iba llegando el sofoco a borbotones.
Arcadio soñaba con llevarse un dia (y para siempre) a Aida a su casa, en donde vivia con su tia Felicidad, soltera a la fuerza, que no por devoción como algunos daban en pensar equivocadamente.
Aida Fernández tenía la picardia extendida por el rostro en forma de pecas. A Aida le encantaban las peras que robaba para ella Arcadio Berrina Galapán, monaguillo primero, huérfano de padre y madre.
Las peras que robaban los monaguillos se las daban a las niñas a cambio de algún beso o de alguna secreta confesión.
Los monaguillos del cura Lubencio, para seguir con la tradición, le robaban la peras a Tomás Chanzaina.
- ¿Quién te puso aquí?/ El rey y la reina./ ¿Que hace la reina?/ Lavar los trapinos./ ¿Y el rey?/ Cazar pajarinos./ ¿Y con qué los caza?/ Con la escopeta de plata./ ¿Y con qué los guisa?/ Con la falda de la camisa./ ¿Y con qué los revuelve?/ Con el cucharón verde./ ¿Qué mandó hacer?/ Devanar y envolver y al que enseñe los dientes un cachete fuerte.
Rufino, Felipe y Arcadio, los monaguillos del cura Lubencio, jugaban, junto a La Higuerona, con Veredigna, Aida, Soledad, Remedios, Irmina y Julita, puños sobre puños, a la chinchirrina.
-Pronto llegará la noche y cuando llegue rebuscaréis en las sombras imaginando rostros, vuestros propios rostros. Puede que así sea como os soñéis siempre el uno al otro.
-Sí, tambien lo sé y te quiero por eso.
-Si pudiera me cambiaría por ti. Recogería esas fiebres en mi cabeza y dejaría la tuya libre y fresca como una rosa.
-Lo sé.
-Yo quiero que te pongas buena.
-Sí, eso dice.
-Don Jascinto dice que pronto se irá la fiebre.
-No sé bien dónde me duele, quizá esté soñando con el dolor y la herida sea el sueño mismo.
- ¿Qué es lo que te pasa, Clara?
-No sé bien si beso o un hálito febril lo que tengo en los labios.
-Quisiera besarte con un beso suave y eterno.
-No sé bien si me duelen los huesos o la carne que los cubre.
- ¿Qué te duele, Clara?
-Acariciame, Juan.
Juan miró instintivamente hacia el techo al oír las palabras de la vieja. Pensó en el Dolor, en la Dicha, en la Inocencia, en la Verdad, en el Amor, como seres orgánicos, vivientes. Miró de nuevo hacia Clara y encontró sus ojos brillantes, como un aleluya. La besó de nuevo. Esta vez en los labios. Percibió un leve suspiro caliente. Nadie decía nada. Ni siquiera el viento. Hizo un gesto para que lo dejaran solo con su mujer. Todos se fueron. Rufo cerró la puerta al salir.
-Hay demasiados pájaros revoloteando por esta alcoba.
En la sala había silencio, pero no lo creía asi la anciana Angustias.
Juan besó a su mujer en la frente y sintío la palidez de su piel en los labios. Clara quiso hablar y no encontró palabras, sólo alguna sílaba suelta, pensamientos, ni siquiera gestos.
La lluvia dejaba la peste del tedio, contaminando el aire, calando los ánimos como un tumor incurable, y los corazones se iban tornando tibios, inevetablemente apáticos. Aquella tarde lucía el sol por encima de Los Pontones y sin embargo aún se masticaba el sabor del tedio del día antes.
-Son como letanías de lluvia que se prolongan en un eco eterno.
Rapida actividad, no largas meditaciones, es la garantia de buen exito.