Juan, entonces, le relató al viejo Tomás Chanzaina el episodio de la
noche de
bodas. Lo hizo despacio, sintiendo en cada golpe de voz una fuerte opresión en el centro del estómago, pero a la vez un alivio inesperado. (Con el sufrimiento se debe endurecer el nudo céntrico del alma, aumentar incluso de tamaño, como el hueso de una
cereza, pero, a la vez, la envoltura se va tornando más frágil, más quebradiza).