Amelia convalecía entonces de unas fiebres pasajeras que a menudo atacaban a las mujeres de su condición (quien sabe si se trata de una gracia del destino para que, postergado su cuerpo, su ánimo tome de nuevo aliento). La hija de Tomás Chanzaina, superada la enfermedad, pasó varios días untando su cuerpo con leche de Islandia, tratando su cabello con brillantina de la India (para recuperar su color de juventud) y tomando baños a base de mezclas de pensamiento, hojas de nochizo y rizoma de saponaria.
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Ignorante de la suerte de su hija entró Tomás Chanzaina en la
casa de la beata María Felicia quien renovaba el aceite de las candelarias en su pequeño
santuario de cartón, presidido por
San Roque, con el perro fiel que le lamió las llagas, patrón de Pañafonte, protector contra las pestes, las plagas, epidemias y otros desmaños del
cielo, y donde tambien ocupaba un lugar preferente San Antonio, el más prodogioso y milagrero de los
santos, hallador de cosas perdidas. También estaba por allí el robusto
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