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Mensajes de TURON (Asturias) enviados por José Mel Z..L.:

-No, eso fue antes, cuando la plaga de las lombrices negras que entraban en el vientre de nueve en nueve.
-Y el hijo mayor de Calamanda y del cura Belarmino.
-Fue cuando murieron tus primos, Salvador y Constante.
-Es cierto, pero nunca tan agudos desde aquellos días de hambre, cuando se cerraron las minas y la gente tomaba caldo de ortigas y castañas. Se murieron muchos niños en aquellos meses, demasiados niños, y los ecos arreciaron entonces porque el callejón, Peñafonte y el mundo entero estaban inundados con las voces de tanto muerto inocente.
-Siempre hubo ecos en este callejon.
-Siento, Rufo, muchos ecos en el callejón.
Rufo Fernandez y Conrado Varela, maestro de Peñafonte desde el año once (poco despues del mitin de Sam Emiliano), comulgaban todos los domingos por la tarde con marxismo y un poco de vino viejo, en una esquina de la sala, en la casa de la Escuela, mientras las mujeres de ambos (Práxedes y Remedios), Blandina San Juan (quien dejaba a su hermano Lubencio con las cataplasmas de ortiga aplacándole el reuma), Flora y Placido (los padres de Digna Emerita) y la partera Maria Perpetua, jugaban, bajo la lámpara ... (ver texto completo)
-Conrado es muy ocurrente y nos aprecia.
-Buen regalo el del maestro.
Rufo tenía en la frente dos cicatrices azules. Como casi todos los mineros tenían cicatrices azules. Era el tatuaje de la mina, la señal que deja el polvo al incrustrarse en las frecuentes heridas.
-Es la humedad.
-Hoy tienes las cicatrices más azules.
-No, no han sido muchas.
-No han sido muchas veces.
Rufo y Práxedes se habian separado sólo en muy contadas ocasiones. Una vez, cuendo el incendio de la Peña del Cuervo (allá por el diecisiete, cuando murio abrasada Emelinda, la mujer de Tomás Chamzaina). Otra vez, cuando las fiebres de la pequeña Soledad. También cuando las huelgas de septiembre del año once (en toda la Hullera Española del Marques de Comillas), en la huelga de agosto del diecisiete (donde conocio a Melquiades Alvarez y Manuel Llaneza) y en la de octubre del diecinueve (cuando se ... (ver texto completo)
-Claro, mujer, ¿no ha de estarlo?
- ¿Estará bien nuestra hija?
Se adormecía el pueblo arropado entre la niebla. Por las frondas espesas se perdían los restos de las formas de vida que el aire resquebrajaba elevando al cielo trémulos quejidos de hojas. Palpitaba la noche por los caminos, en los bosques, sobre el musgo de los tejados.
-Algo mágico hubo siempre en este callejón nuestro.
Práxedes apretó la mano de Rufo, que estrellaba miradas contra el muro abrupto de la calleja, repleta de fantasmas.
Esas noches de amor, de sentarse juntos frente a la ventana del callejón a interpretar alientos, seguían manteniendo vivos a Rufo Fernandez (primer representante del Sindicato Minero en la mina de San Roque) y a Práxedes Moro (nostálgica de verdades viejas).
-Se humedece el callejón y desprende fragancias que despiertan el deseo de las xanas y la envidia de los duendes y corren por robledales y cascajeras, desde las cumbres al valle, desesperados en busca de amor.
Esas noches de amor, de sentarse juntos frente a la ventana del callejón a interpretar alientos, seguían manteniendo vivos a Rufo Fernandez (primer representante del Sindicato Minero en la mina de San Roque) y a Práxedes Moro (nostálgica de verdades viejas).
Esas noches de amor conseguian ir borrando las muchas amarguras que deparaban los días. Se olvidaba la silicosis que caminaba despacio ahogando ilusiones, los salarios escasos y las infructuosas luchas sindicales, los animales muertos por sabe Dios qué fuerzas extrañas, el barro pegajoso que todo lo invadía irremisiblemente, las fiebres de las niñas, el maldito reuma del espinazo, los compañeros enterrados en la última explosión de grisú y aquellos diluvios interminables que maltrataban los huertos ... (ver texto completo)
-Seguro que no.
-Nadie sabe quererse como lo hacemos nosotros.
Cuando más se complacían era en las noches de lluvia, sobre el colchón de hojas de maíz que crujía, doliente, a cada golpe de amor. Cuando la caricia del orbayu llenaba el callejón de himnos, aquellos dos seres de carbón y niebla prolongaban su unión hasta el infinito y respiraban lluvia, bajo el fútil resplandor de la llama del candil.
En el verano, cuando los ardores de la noche deshacian los aromas de las flores y hervía la sangre bajo la piel sudorosa, hacían el amor sobre la vieja silla de haya.
En las noches de luna, cuando se convertian los serenos burbujeos del arroyo en fuego de plata y diamante, se amaban frente al espejo del armario. Sus cuerpos se encadenaban y se alzaban al cielo como cipreses de camposanto, ansiosos de vida.
Rufo y Práxedes llevaban casi veinte años haciendo el amor con la ventana del callejón entreabierta.
-Hoy no Rufo, hoy no. Esta noche no es nuestra.
-Enda, vamos.
-Y un arándano en la espalda por aquel antojo que tuve el día de Miravalles.
-Tenia tus mismos ojos.
Práxedes y Rufo sentían en los huesos aquel abismo de niebla. Era la noche de la boda de su hija mayor, de su hija del alma, nacida una tarde de mayo, hacía sólo dieciocho años, una tarde en que (como diría el poeta Eliseo) la claridad del cielo escribía versos en el agua de las fuentes.
Las sombras se enredaban en cambroneras y acantos. Olía a humedad. A través de las copas de los carbayos se sospechaban trozos de cielo sin luna ni estrellas.
-Siempre que casas a una hija sale una arruga nueva en la frente.
-Te ha salido una nueva arruga en la frente.
-Son remolinos de aire. Mi madre dice que llevan los suspiros de los amantes y adormecen a los niños en las cunas, y cuando algún ser querido, que se encuentra lejos, sufre, murmuran al borde de las ventanas un adiós prolongado y triste.
-Esa es tu Historia Sagrada. La mia ya sabes, mujer, que es otra.
-Están ahí. Nunca quieres oírlos. Siempre estuvieron ahí, flotando y llenando la noche de cantares.
-Es tu cabeza, Práxedes, la que esta llena de ventolines.
-Mira, Rufo, escucha... todo está lleno de ventolines.
Práxedes Moro y Rufo Fernandez se alvidaron aquella noche de las obligaciones amorosas y se sentaron juntos tras la ventana que daba al callejón.
El día se habia vaciado por completo y la noche se iba plagando de espíritus sonámbulos.
En muchas casas ya sonaba el ultimo amén de las oraciones de siempre, amén débil que en la quitud de las horas se mezclaba con estertores molestos, casi perennes, indicios del discurrir sinuoso de los sueños.
En lo más oscuro de la pequeña nave, donde apenas llegaba el olor a incienso, el tonto Alarico se bababa en gracia de Dios sobre la ropa de los domingos, mientras pensaba en la redondez y ductilidad de los pechos de la viuda Dulce Nombre de María.
TRES...

El sonido de la gaita y el aroma de los asados se fue esfumando al atardecer, con la caida de la niebla. En el aire quedaron estelas soñolientas y se lleno Peñafonte de borrachos alientos.
Nadie puede ser perfecto en bondad si no tiene a su lado una mujer.

LUDOVICO ARIOSTO.
El matrimonio debe ser una educacion mutua e infinita.

HENRY F. AMIEL.
Una sociedad que asume el adulterio ya es madura.

JUAN ADRIANSENS.
La mujer pide raras veces consejo antes de comprarse su traje de novia.

JOSEPH ADDISON.