La melancolia no es mas que un recuerdo inconsciente.
GUSTAVE FLAUBERT.
Todo hombre considera su condicion humana con cierto aire de melancolia.
RALPH W. EMERSON.
Es una verdad melancolica que incluso los grandes hombres tienen sus parientes pobres.
CHARLES DICKENS.
Si no tome mi consejo, y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin mas ni mas, sin que nadie le mate, sin otras manos que le acaben que las de la melancolia.
MIGUEL DE CERVANTES.
La melancolia es la tristeza que ha adquirido ligereza.
ITALO CALVINO.
Cada suicidio es un sublime poema de melancolia.
HONORE DE BALZAC.
Todos los hombres que se han distinguido en la filosofia, en la politica, en la poesia, en la ciencia, han sido melancolicos.
ARISTOTELES.
No hay nada grande sin melancolia.
AFORISMO LATINO.
Las leyes no se mejorarian nunca si no existieran numerosas personas cuyos sentimientos morales son mejores que las leyes existentes.
JOHN STUART MILL.
A veces echamos a perder lo bueno por esforzarnos en lo mejor.
WILLIAM SHAKESPEARE.
Los mejores hombres son aquellos cuyas faltas los han formado.
WILLIAM SHAKESPEARE.
Elige lo mejor; la costumbre lo hara suave y facil.
PITAGORAS DE SAMOS.
No olvidemos jamas que lo bueno no se alcanza nunca sino por medio de lo mejor.
VICTOR HUGO.
Somos una comunidad planetaria, y cada miembro puede mejorar algo en su entorno. Haz algo sin esperar nada a cambio. ¡Son tantas las pequeñas grandes cosas que puedes hacer para que el mundo mejore!
EUGENE HARVEY.
Infaliblemente, el hombre bueno sera cada vez mejor y peor el malo, porque tiempo, virtud y vicio siempre van en aumento.
CHARLES CALEB COLTON.
Cuanto mejor es una persona, tanto menos sospecha de la maldad de los demas.
MARCO TULIO CICERON.
Pregunta al viejo tiempo por lo que es mejor y al nuevo tiempo por lo que es mas conveniente.
FRANCIS BACON.
Rapida actividad, no largas meditaciones, es la garantia de buen exito.
JOHANN CHRISTOPH FRIEDRICH VON SCHILLER.
En materia de gobierno todo cambio es sospechoso, aunque sea para mejorar.
FRANCIS BACON.
Buenos días Jose Mel, y a los amig@s de Turon
Un feliz dia os deseo
Un abrazooooooooooooo
Hola Victoria, me alegro de verte por aqui, eres mas asidua tú que los que somos de Turón. Haber si más tarde puedo pasar por tú casa para deciros hola. Mientras tanto os deseo que paseis un buen dia y os mando un fuerte abrazo.
-Nunca debí dejar que ese amor se me fuera.
A la viuda Dulce Nombre de María, preñada de Juan Damasceno, se le estaban alargando las raíces sin que se diera cuenta.
La viuda Dulce Nombre de María no acostumbraba a señalarle rumbos a la vida. Dejaba que ésta le fuera enseñando el camino a golpes de azar. Se sentaba en la hamaca al atardecer y saboreaba las resonancias del aire sobre las copas mullidas, meciendose con parsimonia. Empezaban a aburrirla las tragedias griegas porque en ellas encontraba demasiadas resonancias de su propia angustia. Prefería ir arrebatándole imágenes al recuerdo como quien va recogiendo arándanos por el camino de Riofarta y los va ... (ver texto completo)
Alarico se fue y la viuda sacó de la alacena la botella de jerez quina La Enfermera.
Dulce Nombre le explicó a Alarico que ya no habría más caricias y sacó de los baúles del desván, para él, dos colmillos de jabalí, una esquila de bronce, un turíbulo de hierro en miniatura y una baraja de tute, barroca y sin estrenar (que para algo habría de servir la chifladura de Lázaro de guardarlo todo).
Entraba ya poca luz por la ventana cuando apareció la viuda con las tijeras de podar abiertas de par en par. El tonto despertaba como de un mal sueño, con los ojos llorosos y otra vez desperdigado el entendimiento. Dulce Nombre de María, que siempre habia agradecido los arrumacos del tonto, sintió una profunda compasión por Alarico y, a la vez, por si misma. Soltó las tijeras y se sentó junto al tonto. Él alargó su mano torpe, lenta y temblorosa, hasta acariciar los cabellos alborotados de Dulce ... (ver texto completo)
La viuda alcanzó a morderle en el brazo y el tonto, que buscaba con sus labios torpes el calor de los huecos, se retorció de dolor. Ella lo empujó con fuerza y el pobre alarico, desconcertado y jadeante, como un perro herido, fue a dar con su cabeza en el armario. Dulce saltó de la cama en busca de las tijeras de podar rosales.
El tonto Alarico se abalanzó sobre el cuerpo semidesnudo de Dulce Nombre y ésta sintió sobre ella el calor de una zarza ardiendo y la repulsiva viscosidad de todo un torrente de sapos (como aquellos que el propio Alarico martirizaba en el huerto de Maura, a ver quien descubre el motivo).
Aquella tarde, sin embargo, al tonto le invadió de pronto una extraña fogosidad y sintió cómo todo se le congestionaba, cómo el cuerpo se le endurecía y se le llenaba de sangre, cómo se le colocaban los pensamientos. Los pechos de Dulce Nombre fueron entonces para él, por primera vez, como un señuelo y su deseo (o lo que fuera) el halcón remontado que cruza la línea de la inocencia.
La vuida desparramaba su arrogancia sobre la colcha de media seda y el tonto, dócil e impertérrito, acariciaba sus pechos con pasmosa indiferencia.
Dentro del caserón, el tonto Alarico, recíén lavadas las manos con agua de rosas y jabón francés, le acariciaba los pechos a la viuda Dulce Nombre de María, quien probablemente, de esa manera, intentaba desafiar al mundo.
Los gorriones buscaban cobijo entre los brazos del tilo, allá por el caserón historiado del difunto Lázaro Alonso.
Oleadas de cuervos recorrían las peñas con sus graznidos de azufre, altivos y amenazantes.
Y nadie reconocía, entre escozores y reumas, al verdadero huésped de sus pelúdicos sueños: la indiferencia eterna.
-Ya está otra vez la humedad perforando los huesos.
Languidecía la tarde. El aire entresacaba el tedio de entre la hojarasca para petrificarlo, al instante, sobre corazones sin esperanza, que cambiaban de postura al sentir el leve cosquilleo y emitían tímidos quejidos que se iban con el humo de la leña verde.
Los viejos descendían, arrastrando alifates y pretextos, desde la atalaya de las fuentes hasta sus aposentos.
El sol, apagada ya su sed de charcas y cenagales, se ocultaba a toda prisa por entre las ramas de los castaños, por detrás de los prados de Los Pontones.
-Anda, tomate la tila.
-De saber tu reacción. padre, habria venido mucho antes.
-No llores más, Amelia, que te está cambiando el color de la mirada y a mí se me están enojando otra vez las almorranas. Ya no importa lo que hayas hecho o dejado de hacer. Lo que importa es que ya estás aquí.
-No merezco tu perdón, padre.
- ¡Para ya!, hija, que se te van a resecar los ojos. Para mí es como si hubíeramos ido al monte a buscar arándanos y nos hubiera atrapado la niebla. Se ha despejado el cielo y me he vuelto a topar contigo. No traemos arándanos, pero no importa, hay compota de la buena en la alacena.
Amelia lloraba. Su corazón era un laberinto de confusos y variados sentimientos.
Tomás tenia un nudo de emoción en la garganta. Le preparaba a su hija una tila caliente.
-Santa María, madre de Dios, ruega...
Peñafonte seguía inmutable el paso del tiempo mientras sus gentes, indiferentes, inconscientes, asistían a sus propias mutaciones, internas y externas, continuas, implacables, pues aquel hombre que observa un movimiento inédito, que siente un desconocido temblor en su alma, es ya otro hombre y toda vivencia nueva, o no tan nueva, como ese leve temblor de la brisa temprana sacudiendo los párpados, le añade siempre algo que lo hace distinto. Y a veces toma el hombre conciencia de sí mismo (como le estaba pasando al viejo Tomás Chanzaina al observar las lágrimas de su hija Amelia, recién llegada, que brotaban de sus ojos marinos, sin rozar apenas sus mejillas, como torrentes enloquecidos), pero las más de las veces no percibe el hombre ese cambio constante en su esencia (y así le estaba ocurriendo a Amelia, que ofuscada por el llanto no percibía los cambios que en ella se estaban produciendo). Y ésta es la dialéctica de todo lo que en la tierra es real (aunque a primera vista no lo parezca) y su indefectible juego de relaciones e interferncias, que no habría de quedar sin consecuencias este constante trajín de causas y efectos. ... (ver texto completo)
-Curaba verrugas, orzuelos, ictericias, aftas y otros males con la sola imposición de manos, y dicen que San Lorenzo le alimentaba los hijos con trozos de carne asada.