¡Dios libre a la jovencita,
del afán por las riquezas,
mil veces más peligrosas,
que la escasez de la aldea!.
Pasaron algunos años,
sin noticias de Gabriela,
mientras lloraban sus padres,
y oraban a Dios por ella.
Pero la moza ya lejos,
de sus padres y su tierra,
llena de mil ambiciones,
vanidosa y desenvuelta
olvidando sus deberes,
y el honor de la conciencia,
corrió pueblos y ciudades,
halló plata y vistió seda,
pero perdió el gran tesoro,
del pudor y la inocencia.
Como la oveja perdida,
es la joven montañesa,
que va sola por el mundo,
sin tener quien la proteja.
Si falta una mano amiga,
que la guie y la defienda,
si no hay un Ángel Divino,
que los peligros le advierta,
como la oveja extraviada,
será presa de las fieras.
Así fue la negra historia,
de la mocita Gabriela,
soñaba en comodidades,
en dinero y en riquezas,
y al cabo de algunos años,
vio con amarga experiencia,
fallidas sus esperanzas,
y las ilusiones muertas.
Lloró al fin su desventura,
comprendió sus ligerezas,
vio su juventud marchita,
y el alma triste y desierta.
En medio de sus locuras,
tuvo una feliz idea,
(era un aviso del cielo,
que llegaba a su conciencia),
volvió los ojos llorosos,
a los valles de su tierra,
se acordó de los cariños,
de aquella madre tan buena,
envidió los bellos días,
cuando vivía contenta,
cuando todos la apreciaban,
porque era honrada y honesta,
cuando pasaba las horas,
con las mozas de la aldea,
cantando alegres canciones,
los Domingos y las fiestas,
siendo de todos querida,
porque era sencilla y buena,
sintió el corazón herido,
de angustia y amarga pena,
y haciendo un supremo esfuerzo,
de valor y de firmeza,
resolvió cambiar de vida,
pasara vergüenza
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