Adquirir el estatus de abuelo equivale a revivir momentos. Ante nosotros se presentan situaciones que, de forma más o menos parecida, ya hemos pasado por ellas. Es como una llamada a la vigilia para que mantengamos despierto el espíritu, un “te acuerdas”. La única novedad es esa adquirida condición de abuelo. De lo demás nada te coge de sorpresa. Incluso, cuando la situación es muy diferente, ocurre que eras consciente de la evolución, o sea que “lo veías venir”, con lo que tampoco te sorprende lo que las nuevas generaciones consideran novedad.
Esto ¿a qué viene? Sencillamente a que hace unos días acudí invitado al bautizo católico del nieto de un amigo. En el seno de la familia, toda una novedad, sobre todo para padres y tíos de la neófita. Digamos, entre paréntesis, que de alguna manera sí es novedad ya que cada vez escasean más los padres que deciden cumplir con este ritual. –“Ah, cuando sean mayores que decidan. Y ocurrirá, a no tardar mucho, que se impondrán los bautizos “por lo civil” como ya hizo Cayetana Guillén Cuervo (que es muy buena actriz pero snob en su máximo grado) y algún que otro personaje más propenso a llamar la atención que a celebrar el bautizo ni como religioso ni como civil, cuya denominación exacta es “ceremonia civil de imposición de nombre”, que hay que ser ridículo y cursi para encontrar semejante acepción,
En nuestros tiempos de niñez, las fiestas eran contadas, por lo que había que prepararse bien para disfrutar de todas ellas, y como en el juego de la oca, las fechas estaban bien marcadas en rojo en nuestro calendario anual e íbamos de oca a oca, contando los días que faltaban. Eran las navidades, la semana santa, las del Cristo, San Isidro, Jueves-lardero, la concepción, el 18 de julio, más o menos como ahora, pero había que añadir “las fiestas por sorpresa”.
En un pueblo pequeño como el nuestro, los niños escolarizados, menores de 12 años, no pasaban de 60 niños y 60 niñas, bien separaditos hasta en el recreo, por un muro, (para que no nos revolviésemos). Bien, que digo, que las bodas, comuniones y bautizos eran días muy especiales y siempre por sorpresa:
-Oye que me han dicho que se casa fulano.
- ¡Ah, pues qué bien: Iremos de boda!
Y es que en las bodas se invitaba a “todo el pueblo”, pues raro es el que no tenía relación con los novios, por familia, vecino o amistad. En los bautizos solo se invitaba a los mas allegados, pero si tenias la suerte de estar invitado, disfrutabas de un gran dia de fiesta. Las madres siempre les tocaba hacer horas extra, con la ropa de los niños “que no paraban de crecer” y tenían que ir apañando los trajes de dejaban los mayores para los “peques”, y esas cosas que ellas se traían entre manos
La novedad para mí en este bautizo de la nieta de mi amigo, lo ha sido en cuanto a la “parafernalia “, pero el rito iniciático he podido comprobar que continúa siendo igual que hace cuarenta años. En dos ocasiones lo viví desde el protagonismo paterno y otras muchas como testigo por familiaridad o amistad. Unas palabras: “yo te bautizo” y el derrame del agua bendecida… Como entonces y como siempre ha sido desde la implantación del sacramento.
Pero hay cosas, sin embargo, que sí han cambiado. Me refiero a los bautizos que contemplé en mi infancia. Lo primero, el concepto de celebración del festejo en nada parecido desde la actual opulencia a la liviana aportación gastronómica de entonces en que la cosa se resolvía con un chocolate en el propio domicilio. No existía el término de cafetería,. El convite, según la tradición (no siempre), lo pagaba el padrino que, además debía satisfacer las peticiones de toda la chavalería que se agolpaba en la puerta de la iglesia vociferando:
”Eche usted padrino no se lo gaste en vino. Eche, eche, eche, no se lo gaste en leche”, “Padrino roñoso, sea más rumboso”. Y otras por el estilo como “Bautizo roñoso, que la madrina se rasque el bolso”. Y hasta, algunas subidas de tono “Bautizo pelao, si cojo al chiquillo lo tiro al tejao”. Pero no pasaban de la mera broma
El padrino, previsor, arrojaba a la chiquillería un puñado de monedas que ésta se afanaba en recoger urgentemente para continuar su cantinela antes de que la comitiva penetrara en el templo. Es por lo que monedas o golosinas se arrojaban lo más lejos posible o debajo de algún carro o galera, para así contrarrestar la insistencia petitoria. A falta de coches particulares y por costumbre en los años 50 y 60 el recorrido desde el domicilio se hacía andando, con el recién nacido en brazos luciendo un gran faldón que, normalmente, venía de herencia: “Con este faldón se bautizó nada menos que su bisabuela y luego su abuela y su madre y va a hacer dos años el hermano mayor. Ya no se fabrican tejidos así”. Duraban aquellos faldones, sobre todo teniendo en cuenta que las familias alcanzaban muchas veces la condición de numerosas.
En aquellos pueblos, por aquel entonces, todavía se conservaban viejas tradiciones cercanas al fanatismo y la superstición como la de que la madre no asistiera al bautizo, que normalmente se celebraba a los ocho días del nacimiento, ya que debía respetar la cuarentena. La primera vez que salía de casa, tras cuarenta días sobrealimentándose a base de caldos de gallina, era para escuchar misa y purificarse. El recién nacido era atendido ante la pila bautismal por la madrina. La de supercherías que había acerca de las embarazadas: para empezar; el médico apenas si las atendía a no tratarse de un caso grave y todo se desarrollaba conforme a los “conocimientos” de las más ancianas y a las novenas ofrecidas a San Ramón Nonato o algún Santo milagrero. Según los mitos establecidos las embarazadas no podían regar plantas porque las flores se secaban; ni lavarse la cabeza o los pies para no provocar un aborto, algo más próximo a la guarrería que a la ciencia. La aparición de un orzuelo se consideraba que se debía a la mirada malintencionada de una embarazada. Y como ésta, infinidad de tonterías que, afortunadamente, han sido superadas como la de parir en el propio domicilio sin la colaboración médica y sólo con el apoyo de vecinas dispuestas y madres temblorosas que, en vez de participar en las tareas, estorbaban y se limitaban a un “si la ha de pasar algo a mi hija, mejor que me pase a mi”. Con eso todo arreglado. Esto de utilizar el domicilio, no sé si por escasez de medios a por qué, aunque mínimamente se sigue practicando con cierto éxito entre los descendientes de los hippies, aunque encubierto en no sé cuántos argumentos de progresía.
En definitiva y lo que no a cambiado, afortunadamente, es el dia tan agradable que emos pasado, famiiares y amigos “” estando de bautizo””
Un abrazo
Juan
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