No tuvo ayuda oficial, simplemente el tenaz esfuerzo de un grupo de mujeres entre las que se encontraban las figuras de mayor prestigio intelectual del momento en el país, y por su sala de conferencias pasaron algunas de las figuras más importantes de la época como Rafael Alberti, García Lorca, Ricardo Baeza, Unamuno o Benjamín Jarnés, que mostraron así su apoyo a la iniciativa y a los objetivos perseguidos:
"El Lyceum Club tuvo un gran impacto en el panorama cultural español, en el que la mujer, a excepción de una minoría reducida y dispersa, vivía al margen de cualquier actividad colectiva con un comportamiento normalmente desfasado y anacrónico. Porque no era sólo un lugar de reunión, donde poder tomarse una taza de té y cambiar impresiones, sino centro cultural donde María de Maeztu organizaba cursillos, conferencias, conciertos, exposiciones, a cargo de intelectuales, científicos y de artistas nacionales y extranjeros. García Lorca dio en sus salones la conferencia “Imaginación, inspiración y evasión en poesía”, Unamuno leyó allí su drama Raquel encadenada; Rafael Alberti se presentó una tarde de noviembre, vestido de tonto, metido en una levita inmensa, con un pantalón de fuelle, cuello ancho de pajarita y un pequeño sombrero hongo, con una paloma enjaulada en una mano y un galápago en la otra, ya que la conferencia se llamaba: “Palomita y galápago (¡No más artríticos!)” y armó la marimorena, sorprendiendo a unos, escandalizando a otros y divirtiendo a los demás."
El Lyceum Club "se constituyó según el modelo internacional, con secciones de Literatura, Ciencias, Artes Plásticas e Industriales, Social, Música e Internacional... Se inauguró con ciento cincuenta socias de todas las tendencias, como se observa en los nombres de la junta directiva y en la participación de personas destacadas como Concha Méndez, Mª Teresa León, Magda Donato o Elena Fortún, la autora de la serie de libros de Celia, cuya vocación literaria se despertó en el Lyceum y gracias, especialmente, a María Martínez Sierra*"
Sus cargos directivos los desempeñaban María de Maeztu (presidenta), Victoria Kent e Isabel Oyarzábal de Palencia** (vicepresidentas), Zenobia Camprubí (secretaria, labor que continuó Ernestina de Champourcín), Helens Phipps (vicesecrataria) y Amalia Galágarra de Salaverría (tesorera).
"Se proponía también acciones sociales, destacando la creación de una "Casa de Niños" para hijos de las mujeres trabajadoras. Pero, sobre todo, pretendía proporcionar a las mujeres madrileñas un espacio para reunirse y así formar el espíritu colectivo. Quizá por esta razón, para facilitar la expresión en un espacio propio, se decidió no admitir socios masculinos".
No hay que olvidar que muchos de los foros artísticos, sociales y culturales de la época (algunos todavía existentes) no admitían a mujeres entre sus socios, tal era la consideración social que recibían.
El Lyceum se convirtió, de esta manera, en centro de intercambio y difusión de las obras de las escritoras de la Edad de Plata da la literatura española:
"Para las escritoras, el Lyceum era el lugar donde dar a conocer sus escritos, como es el caso de Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, Isabel de Oyarzábal, Elena Fortún, María Teresa León y otras muchas. Las memorias y testimonios de aquellas mujeres que vivieron los años veinte y que participaron en el renacer cultural y artístico del momento constituyen un documento de primera mano sobre la vida intelectual femenina de esa década. Para María Teresa León este lugar fue el núcleo que concitó la amistad de las mujeres ilustradas de Madrid en las décadas del veinte y treinta. Por su parte, Carmen Baroja y Nessi, en Recuerdos de una mujer de la Generación del 98, evoca con nostalgia los inicios del Lyceum a la vez que señala con emoción la acogida de los eventos organizados por ella misma como encargada de la sección de arte."
Pues bien: Jacinto Benavente, que ya había recibido el Premio Nobel de Literatura en 1922 "por haber continuado dignamente las tradiciones del teatro español", y, por tanto, gozaba de un enorme prestigio entre determinados sectores de la cultura y la intelectualidad de la época, fue invitado al Lyceum a impartir una conferencia.
Su respuesta fue:
“A mí no me gusta hablar a tontas y a locas”.
La frase tiene hoy día bastante de irónico, no sólo por el trato despectivo otorgado a sus anfitrionas, sino porque en su obra "se advierte su interés por la psicología femenina, característica que aparecerá en toda su actuación teatral" y porque "su notoria condición de homosexual tuvo mucho que ver con que en los años 1940 se retirara su nombre de las principales carteleras, aunque luego regresara a Madrid varios años después para alegría de sus seguidores".
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