El catalán de Montilla
Pilar Rahola
La distancia es un auténtico espejo cóncavo, que distorsiona detalles, tanto como subraya trazos gruesos. A miles de kilómetros, me he perdido el background de la polémica, el quién empezó, cómo empezó, por dónde derivó. Lo cual me da mucha ventaja, porque sin capacidad para perderme en los árboles, el bosque resulta de una claridad meridiana. En la distancia, pues, las tonterías se muestran en toda su desnudez, incapaces de encontrar un solo vestido para
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Si el mito es ese, los hechos se oponen con contundencia. Los hechos dicen que Montilla ha demostrado una voluntad inequívoca de pertenencia, y que si su nivel de idioma es flojo, no lo es más que el de muchos chavas convergentes que hacen el fatxenda por el Parlament. Con la diferencia de que ellos sí son pata negra. Los hechos dicen que Montilla ha sido capaz de defender el catalán, ante algunos exabruptos lerrouxistas, con toda la carga simbólica que tenía su defensa. Y que ha sido en estas situaciones donde le ha surgido una pasión generalmente nada compatible con su carácter. Los hechos dicen que tener un president que defiende Catalunya desde sus orígenes andaluces otorga un plus de verdad democrática a nuestra sociedad, tan sana que generalmente le importa un pepino dónde ha nacido cada uno. Los hechos aseguran que Montilla rompe los esquemas allí donde cabalgan los discursos del españolismo más rancio. Los hechos dicen, también, que fue una mujer, Manuela de Madre, quien, justamente por haber nacido en Andalucía, emocionó a toda Catalunya cuando defendió apasionadamente el Estatut en Madrid. Los hechos aseguran que a la gente no le importa dónde nació el president, o si tiene un buen nivel de catalán, sino cómo gobierna, cuáles son sus prioridades, cuál su compromiso con el país. Los hechos no ponen en duda que Montilla es un hijo de esta tierra de mezclas, capaz de crear una sola identidad desde la voluntad de vivir juntos y entendernos. Y, finalmente, los hechos nos dicen mucho más. Nos dicen que algunos que usan el nombre de Catalunya en todos los discursos y se apropian de él como si fuera el patio trasero tienen empresas donde no se etiqueta en catalán, ni se pide el catalán a nadie, ni preocupa para nada el compromiso nacional que después exigen en la retórica. Los hechos son tan contundentes que hacen sonrojar a las palabras. Pero los mitos tienen fuerza. De ahí que, lejos de criticar lo criticable, si se gobierna bien (que no siempre), si se mantienen consellers que no son eficaces (que así es), si es vergonzoso que el PSC no tenga grupo parlamentario propio (y es vergonzoso), si nos están tomando el pelo con la financiación (y nos lo están tomando), etcétera, lejos, pues, de hacer política de altura, los hay que se apuntan a los mitos porque son rentables.
Los mitos se nutren de los líquidos del estómago, habitan los territorios yermos de ideas, conectan con el prejuicio y el miedo. Y ¿qué hay más estomacal, más mítico, más simple que ahondar en la herida del idioma? Importa poco que, por el camino, se dejen heridas inútiles y tierra quemada. Lo que importa es que tienen eficacia.
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